DESDE EL NUEVO MUNDO
Se ha discutido bastante si América
pertenece a la cultura occidental o no. El escritor Truman Capote afirmó que no
sabía si Estados Unidos pertenecía o no a la cultura occidental, pero que
estaba claro para él que la cultura occidental le pertenecía a América. Algunos influyentes historiadores y politólogos norteamericanos excluyeron de la cultura occidental a Latinoamérica, como por ejemplo Samuel
Phillips Hungtington, quien unas décadas propuso
que existían ocho civilizaciones: (1) occidental, (2) islámica, (3) ortodoxa
(incluyendo a Rusia) (4) sínica o confuciana (China), (5) hindú, (6) budista,
(7) japonesa y, finalmente, (8) la latinoamericana, dejando por resolver la
existencia de una posible novena, la africana. En todo caso, América Latina estaba excluida
de la cultura occidental. Discrepamos por cierto de esta propuesta.
Muchos historiadores norteamericanos han
escrito la historia como si al otro lado de las fronteras del gran país del
norte no hubiera nadie. Subyace allí en el trasfondo el concepto que fundamentó
la doctrina Monroe de 1823 “América para los americanos”, siendo que los
americanos no son los mestizos del sur del Río Grande (ellos son “spanish”,
“latinos”): América es los Estados Unidos. Los americanos son los blancos
descendientes de europeos, exclusivamente. Los latinos, particularmente los
mexicanos son un peligro potencial contra la cultura americana; corsi e ricorsi,
esta idea que pareció superarse con la Unión Panamericana y la Alianza para el
Progreso de John Kennedy, regresa con fuerza en el presente con el presidente
Donal Trump.
Detrás de la exclusión de Latinoamérica
del contexto de la cultura occidental (o de la civilización occidental), está
la vieja idea que imperaba en el siglo XIX que dicha cultura empezaba después
de los Pirineos, excluyendo a España, país oriental o al menos “orientalizante”,
no occidental. Esta característica “orientalizante” de España fue bastante
valorada por los artistas románticos entusiasmados por el exotismo. Los
compositores rusos, por ejemplo, encontraron coincidencias entre las raíces
orientales de la cultura rusa que apreciaban tanto, con el orientalismo
español.
El gran historiador británico Arnold Toynbee
consideraba más bien a España y Portugal como las “fronteras móviles” de la
cristiandad, como una marca o frontera en expansión. Y reconocía una deuda que
el mundo occidental tiene con la gente de la Península Ibérica. Gracias a los
“pioneros ibéricos”, como los denominaba Toynbee, la cristiandad occidental
amplió sus horizontes abarcando todas las tierras habitables y todos los mares
navegables del mundo. Esto fue posible a esa gran energía ibérica.
Así como el territorio de España no fue una
colonia romana sino parte de la propia Roma, según afirmaba Xavier Zubirí, lo
que denominamos América Latina, Hispano- América, o mejor Iberoamérica, no fue
una mera colonia española durante tres siglos sino parte de España.
Es un hecho que tanto Iberoamérica como los
Estados Unidos se han construido sobre la base de valores que fueron llevados y
cimentados en el nuevo mundo por europeos, ciertamente con mucha sangre
derramada y con bastante violencia contra los pobladores oriundos, pero en este
contexto dramático los hispanos continuaron la gran oleada mestiza que había
empezado en la península ibérica en la edad media. Iberoamérica fue una forma
nueva del ser occidental.
En el arte, en el sincretismo religioso, en la
música del barroco iberoamericano esta nueva versión del ser occidental, de la
cristiandad post medioeval (Occidente III) se muestra y se realiza cabalmente.
Muchas formas, imágenes y símbolos que hoy se pretende interpretar como
reacciones ante la dominación, son reinterpretaciones y revaloraciones de
elementos de la cultura cristiana, que los propios españoles utilizaron y los
mestizos y criollos de América asumieron como propios.
Los virreinatos
americanos produjeron aportes a la cultura musical europea a pocas décadas de
la conquista. Uno de los primeros poemas satíricos de Hispanoamérica es “Sátira
a las cosas que pasan en el Pirú, año de 1598, de Mateo Rosas de Oquendo;
en este largo tenemos las primeras noticias sobre algunas de las más
importantes danzas de fines del Renacimiento y el barroco temprano, cultivadas en
América. Y de manera específica la primera noticia mundial sobre la Chacona.
Roxas de Oquendo menciona que las limeñas de entonces “bailan un Puerto
Rico,/pobre del que lo tomare./ La zarabanda i balona,/ el churunba y el
taparque,/la chacona y el totarque,/ y otros sones semexantes,/ nombres que el
demonio a puesto/ para que el hombre se enlaze,/ y que el padre se lo enseñe,/
y la justicia lo calle./ Pues pensar que no se alteran/ los hombres con estos
bailes/ es pensar que son de piedra,/ y tienen muerta la carne”. Asimismo, en su comedia La
Ilustre Fregona (impresa en 1613) dice Miguel de Cervantes “Que el baile de la chacona /es más ancho
que la mar”. El autor del quijote
se refiere a la chacona como “indiana
amulatada” reconociendo tal vez
algún rasgo africano en esta danza. Lope de Vega por su parte, escribe
en 1618 en una de sus comedias, refiriéndose a la chacona: “De las Indias a Sevilla ha venido por la posta”.
Hay quienes postulan que el nombre sería de
origen quechua, ya que “chacón” significa jefe. Tal vez, podría ser “la danza
de la jefa” o de la mujer del jefe. Hay
quienes vinculan el nombre a la toponimia. Es el caso del Chaco. Cabe anotar,
no obstante, que el Chaco fue descubierto después de la aparición de la
chacona. Un documento importante que podría tomarse para probar un origen
andino de la chacona se tiene en la Nueva
Crónica y Buen Gobierno de Guamán Poma de Ayala (1618), donde se puede
leer: “Cómo
los yndios, yndias, criollos, y criollas hechos yanaconas y hechas chinaconas son muy haraganes y jugadores y ladrones, que no hazen otra cosa,
sino de borrachear y holgar, tañer y cantar, no se acuerdan de Dios ni del rey
ni de ningún servicio ni bien ni mal ...”
La primera chacona
que llegó a la imprenta con música y texto, pertenece al Libro segundo de tonos y
villancicos a una, dos, tres, y quatro voices con la zifra de la Guitarra
Española a la usanza Romana (Roma:
G. B. Robletti, 1624), por el compositor Juan Arañés. En pocos años, “la indiana amulatada”, saltó a
Italia. Monteverdi la incluye en
1632 en sus Scherzi musicali Cioè Arie,
& Madrigali in stil recitativo, una Ciaccona a 1 & 2. “Zefiro
torna. Al
pasar las décadas, en un proceso de sacralización de lo profano, aparecerán
entre muchas que hoy es posible escuchar, la notable Chacona en sol menor de Purcell (no más de setenta años posterior a
los comentarios de Lope de Vega y Cervantes) la de Buxtehude, (brillantemente
orquestada por el compositor mexicano Carlos Chávez en el siglo XX), o la
excepcional como famosa Chacona de la
Partita N.º 2 para violín solo, de Johann Sebastian Bach, compuesta alrededor
de 1720, durante su trascendental estadía en la corte alemana de Köthen.
En la colección Luz y Norte
musical para caminar por las cifras de la guitarra española y arpa, tañer y
cantar a compás por canto de órgano (1677) de Lucas Ruiz de Ribayaz aparece la chacona al lado otras danzas de
gran popularidad como la zarabanda, la xácara, el villano y el canario, que
eran ejecutadas con diferencias dentro de un concepto de alto refinamiento. Ruiz de Ribayaz llegó a Lima con el
séquito del Conde de Lemos, diez años antes de la publicación de su libro,
conjuntamente con Torrejón y Velasco. Si bien no se afincó en el Perú y retornó
a España, el libro contiene danzas difundidas tanto en la Península Ibérica
como en los dominios españoles de ultramar, particularmente en el Perú, hecho
que acrecienta su interés.
Una variante del villancico navideño común tanto en España como en
América, cultivado en las iglesias como música secular a es la negrilla, con
una alternancia reiterada y característica del trocaico y del yámbico, como de
las hemiolas, alude probablemente a lo que se concebía entonces como “ritmo de
negros”. Cabe recordar que la presencia de los negros en
esta parte de la Península Ibérica es anterior al descubrimiento y conquista de
América.
Desde esta perspectiva, América no puede ser
simplemente un capítulo de la historia de la música, o de las artes en general,
a veces un simple apéndice. La nueva
forma de ser occidental del barroco iberoamericano pone en juego muchas
de las posibilidades estéticas de lo barroco, que devienen de un proceso de
transformación de valores y símbolos desarrollado durante la baja edad media y
el renacimiento, de manera más marcada algunas veces que en Europa, en todo
caso de manera muy original.
En el siglo XXI, al borde de la post
modernidad, gran parte de la fuerza creativa que ha impulsado la música
occidental ha surgido en América, tanto al norte como al sur del Rio
Grande. Tanto en el ámbito de la música
“clásica” como en la popular el aporte americano ha sido enorme y la cultura
musical europea ha gravitado en torno a la americana. Nuestra
propuesta, con el Quadrivium del siglo XXI, es establecer una nueva mirada, en
la línea de reinterpretar una memoria común de Europa y América y de contribuir
a un refortalecimiento de una cultura que es común y que sostiene la vida y el
ser de los europeos y americanos. Esto hoy ante la grave crisis que el mundo
vive es imperativo.
La música señala el camino,
empecemos disfrutándola y dejándonos conmover por ella.
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